Tejer siempre me ha hecho bien. Comencé como a los ocho años con un telar bien pequeño que mi abuelita o mi mamá me acondicionaban y un clavo como crochet. Después aprendí a usar las dos agujas o (palillos); tejí chalecos, bufandas, carteras y gorros para mi muñeca barbie y para mi. Y desde ahí no paré.
Siempre al terminar algo me queda esa sensación de orgullo, eso que deben sentir todas las personas cuando ven terminado su proyecto que partió siendo una idea, un impulso, un deseo...y que finalmente se materializa en lo concreto hecho por uno mismo.
Hacer, inventar, crear con nuestras propias manos es tan placentero como médico, porque en el proceso de construcción, nos anima, nos despeja la mente, nos ayuda a soñar; y luego cuando hemos terminado nos confirma lo capaces que somos de hacer algo que nos propusimos.Por eso muchos especialistas sostienen que las manualidades son importantes en el proceso de aprendizaje cognoscitivo y para la autoestima en nuestros primeros años y hasta en el final de ellos, porque nos ayuda a mantenernos activos mentalmente y a establecer lazos sociales al compartir nuestros trabajos con otros.
Cuando tejo, me vuelvo una niña, impaciente, quisiera terminar pronto y lucir lo que he podido hacer.
Cuando tejo, reafirmo mi relación con esas dos mujeres que hoy ya no están conmigo, que siento que se fueron muy temprano, que nos faltó tal vez un punto más por descubrir juntas, un revés o un derecho que acomodar y hacer un tejido perfecto.
Cuando tejo, graciosa y mágicamente, siempre las recuerdo.